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Beatificación de

D. José Torres Padilla

Breve Semblanza



Primeros años
José Torres Padilla, nació el día 25 de agosto de 1811 en San Sebastián de La Gomera (Isla del mismo nombre en Canarias).
Fue bautizado en la Parroquia de Ntra. Sra. De La Asunción el 31 de agosto de 1811, recibiendo el nombre de José Francisco Luis de los Dolores.
Sus padres, Francisco de Torres Bauta y María Padilla Cabeza, lo mismo que sus abuelos, eran del archipiélago canario, la línea paterna era de Guía de Isora (Tenerife) y la materna de la Gomera. Con su ejemplo de vida cristiana, fueron verdaderos maestros en la formación religiosa de sus cuatro hijos: María del Carmen, la mayor, seguida de Pedro José, José Francisco (nuestro biografiado) y el más pequeño, Francisco.
Desde pequeño, tuvo clara su vocación religiosa y quiso aprender el “oficio de los que no se condenan”: el de un “verdadero sacerdote“, tal como les dijo a sus padres.
Habiéndole dicho su madre que para ser sacerdote se necesitaba estudiar mucho, se encendió su deseo de aprender. Asistió a un colegio de primeras letras dando en él muestras de despejado ingenio, memoria feliz y gran amor al estudio.
Pero sus estudios se vieron obstaculizados por diversos contratiempos. El primero y más grave fue la muerte de sus padres cuando él tenía tan sólo 10 años. Un familiar se hizo cargo de los 4 niños, a los que trataba con mucho cariño.

Adolescente intrépido, valiente y decidido.
Cuando cumplió 17 años decidió cumplir su vocación. Se trasladó a Tenerife para estudiar en la Universidad de san Fernando de la Laguna; en esta ciudad aprobó el primer año de Filosofía y estudió Lógica y Matemáticas, Latín y Humanidades.
Al clausurarse esta Universidad, en 1833 se embarcó en dirección a Sevilla para continuar con sus estudios; pero los estragos del cólera en esta ciudad le obligaron a seguir hasta Valencia donde se matriculó en el segundo año de Filosofía, que aprobó en mayo de 1834. Cuando pasó el rigor de la epidemia en Andalucía, embarcó hacia Sevilla para finalizar sus estudios de Teología. En esta ciudad coincidió con otro canario, nacido en San Cristóbal de La Laguna, quien lo tomó bajo su protección: Don Cristóbal Bencomo, Arzobispo de Heráclea y preceptor del Rey Fernando VII, que falleció en Sevilla en 1835.
Favorecido por su paisano, el Arzobispo de Heráclea, con un beneficio eclesiástico de los fundados para sustento de jóvenes aspirantes al sacerdocio, se matriculó y aprobó en Junio de 1835 el tercer año de filosofía. Solicitó el subdiaconado, pero no pudiendo celebrarse las órdenes en Sevilla a causa de grandes turbulencias políticas, el obispo de Cádiz le confirió las órdenes menores y el subdiaconado el 19 de septiembre; y en diciembre del mismo año recibió del Arzobispo de Sevilla la ordenación de diácono. En las témporas de febrero de 1836 solicitó ser ordenado presbítero. El 27 de febrero de 1836 fue ordenado sacerdote por el Cardenal Cienfuegos, alcanzando así la cumbre de sus anhelos.
No por eso dejó los estudios, aplicándose más que nunca a la Sagrada Teología hasta que en el año 1842 en que fue nombrado para esta Cátedra en el Seminario Conciliar de Sanlúcar de Barrameda, donde la desempeñaría varios años.

• Sacerdote ejemplar.
Establecido nuevamente en Sevilla, el 15 de septiembre de 1857 lo nombró el Prelado hispalense Catedrático de Patrología, Disciplina e Historia eclesiástica, las explicó hasta su muerte con la admiración y el afecto de sus numerosos discípulos.
Hacia el año 1862 conoció a Angelita Guerrero (Santa Angela de la Cruz), cuando esta tenía 16 años. En los 13 años que siguieron hasta la fundación del Instituto de Hermanas de la Cruz, el Padre Torres dirigió, preparó y dispuso su alma, haciéndola apta para que por su medio se realizasen los designios de Dios.
Tal era ya por entonces la reputación científica y virtuosa del Padre Torres Padilla, que fue designado por su Santidad Pio IX consultor pontificio del Concilio Vaticano, en la comisión de Disciplina Eclesiástica, y en Roma fue apreciado por muchos Cardenales y el Santo Padre, por su saber, laboriosidad y edificante vida.
El 25 de septiembre de 1871 el Cardenal de la Lastra lo nombró para una vacante de canónigo de la Catedral de Sevilla dignidad rechazada por su humildad y aceptada al fin por obediencia al prelado.
Su cuerpo descansa en Sevilla desde el 23 de abril 1878. El 24 de Abril de ese año fue conducido al panteón de San Sebastián, propio del Excmo. Cabildo Catedral y 25 fue enterrado. A los 5 años de su entierro, la Madre General de las Hermanas de la Cruz (hoy Santa Angela de la Cruz) pidió y consiguió el traslado de los restos del Padre Torres para depositarlo en la Cripta de la Casa Madre.

* (Oración con licencia eclesiástica para uso privado)

Te damos gracias, Señor y Padre Nuestro,
porque has querido darnos en el sacerdote
José Torres Padilla un modelo de pastor bueno
y fiel, entregado al servicio de la Iglesia y
al bien de los más pobres y necesitados; glorifica
en tu Iglesia a este siervo tuyo que gastó su vida
por tu gloria y por la salvación de las almas.
Haz que el ejemplo de su vida virtuosa suscite en
muchas almas deseos de santidad y, por su
intersección, concédeme la gracia que ahora te pido.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén
(Pídase la gracia que se desea alcanzar)
Padrenuestro, Ave María y Gloria.

Divina Misericordia

  •  ¿Sabías que puedes obtener una indulgencia plenaria el Domingo de la Misericordia?.
  • Durante las apariciones del Señor de la Divina Misericordia a Santa Faustina, Cristo aseguró varias gracias a los que se acercaran a su misericordia.
  • San Juan Pablo II, más adelante, instituyó oficialmente la indulgencia plenaria para esta fiesta.
  • “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores…
  • El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas… Que ningún alma tema acercarse a mí, aunque sus pecados sean como escarlata”, dijo el Señor en una promesa que hizo a Santa Faustina Kowals- ka en una de las apariciones místicas que le concedió.
  • En el 2002, esta promesa de Cristo se hizo “oficial” en la Iglesia cuando, por mandato de San Juan Pablo II, la Santa Sede publicó el “decreto sobre las indulgencias recibidas en la Fiesta de la Divina Misericordia”, un don que también puede alcanzar a los enfermos y los navegantes en altamar.
  • En el segundo Domingo de Pascua, que este año se celebra el 23 de abril, se concede la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) al fiel que participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia divina.
  • “O al menos rece, en presencia del Santísimo Sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, ‘Jesús misericordioso, confío en ti’)”, dice el texto del decreto.
  • Asimismo se concede indulgencia parcial “al fiel que, al menos con corazón contrito, eleve al Señor Jesús misericordioso una de las invocaciones piadosas legítimamente aprobadas”.
  • También los enfermos y las personas que los asisten, los navegantes, los afectados por la guerra, las vicisitudes políticas o la inclemencia de los lugares “y todos los que por justa causa no pueden abandonar su casa o desempeñan una actividad impostergable en beneficio de la comunidad, podrán conseguir la indulgencia plenaria”.
  • Esto siempre y cuando, con total rechazo de cualquier pecado y con la intención de cumplir, en cuanto sea posible, las tres condiciones habituales recen “frente a una piadosa imagen de nuestro Señor Jesús misericordioso, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso”.
  • Asimismo, si ni siquiera se pudiera hacer lo antes descrito, podrán obtener la indulgencia plenaria “los que se unan con la intención a los que realizan del modo ordinario la obra prescrita para la indulgencia y ofrecen a Dios misericordioso una oración y a la vez los sufrimientos de su enfermedad y las molestias de su vida, teniendo también ellos el propósito de cumplir, en cuanto les sea posible, las tres condiciones prescritas para lucrar la indulgencia plenaria”.
  • Jesucristo también prometió a Santa Faustina que cuando se rece la Coronilla de la Divina Misericordia junto a los moribundos se pondrá “entre el Padre y el alma agonizante no como el Juez justo sino como el Salvador misericordioso”.

Domingo de la Divina Misericordia

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